Apenas ha comenzado el año nuevo y ya han muerto varias mujeres a manos de sus parejas. La violencia de género se ha convertido en algo tan habitual en nuestros días que sus víctimas son ya mera estadística. En algunas ocasiones se habla de ello como de algo totalmente inevitable. Pero ese goteo de muertes violentas proviene de un odio hacia lo femenino que no debemos dejar de combatir nunca. ¿Por qué ese odio? La constitución del psiquismo humano atraviesa primeramente por una fase de confusión con la propia madre, para pasar después a una diferenciación absoluta de ella. A lo largo de este proceso, se organizan los límites que señalan quién es quién. El que odia a la mujer depende demasiado de ella y no la deja vivir porque no soporta que no le proporcione todo lo que necesita. Exigente y perverso, este individuo puede gozar pegándola y maltratándola, porque cree que así la domina. Además, necesita demostrar en todo momento que es el más fuerte de los dos. Le angustia la fragilidad emocional que ella tiene, pero no la reconoce en absoluto. La mujer, enferma de culpa y con pocos recursos psicológicos para defenderse, supone que podría darle todo lo que él pide. ¿Hasta dónde llega la exigencia sobre sí mismas de estas mujeres que aguantan toda clase de agresiones, vejaciones y maltratos? ¿Hasta dónde el rechazo que tienen de sí mismas? Sólo si las mujeres que sufren malos tratos se pueden hacer cargo de su mundo emocional con ayuda terapéutica, podrán salir finalmente del infierno en el que viven.
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