viernes, 7 de noviembre de 2008
EL PARQUE DEL OLIVO
Hace tres días regresé al pueblo de nuestra infancia, tras dos décadas de ausencia todo me resulta conocido, han pasado al menos veinte años, aquí pocas cosas han cambiado, la calle ancha sigue llevándote a la iglesia, la taberna de “el Tío vinagre” sigue allí junto al Ayuntamiento, con ese olor a viejo y rancio, acrecentado por el paso del tiempo.
Perdón, me equivoco algo sí que ha desaparecido; los árboles con sus agradecidas sombras en éste paisaje seco y árido andaluz, ya no quedan árboles dentro del pueblo.
Ayer, busqué nuestro parque donde jugábamos de niñas y en los atardeceres de juventud nos robaron un beso. Mi madre decía orgullosa que era una replica pequeñita del parque Mª Luisa de Sevilla, en su lugar encontré unas instalaciones municipales, me han dicho que el mantenimiento del viejo parque suponía un gasto enorme de agua, algo que escasea en el pueblo. El parque había sido trasladado a lo que fue la finca “Los Olivares” me dijeron y hacia él me dirigí buscando una sombra en la que cobijarme.
El único superviviente que encontré de lo que fue aquel extenso olivar fue un olivo nudoso, achaparrado y de ancho tronco con sus raíces desesperadas escrutando el árido subsuelo en busca de una gota de agua, entorno a él se encontraba un grupo de jóvenes, ninguno sabia porque se había convertido en un árbol solitario, sus frágiles memorias no llegaban a ver el fecundo olivar que años atrás ofrecía sus frutos.
Los demás árboles habían ido muriendo o habían sido talados, el color verde parecía ser exclusivo de un extenso campo de golf que se hallaba a unos 30 km me explicaron.
Los jóvenes se referían a” la zona verde” cuando hablaban del campo de golf y el único referente cercano a ese color la tenían en aquel árbol de hojas lanceoladas y de un verde brillante. Allí se sentaban en las suaves mañanas de verano los viejecitos del lugar y bajo su copa amanecían grupos de jóvenes que se acercaban a él al atardecer, según me comentaron.
Tenia el árbol por compañero un caballito balancín, de color azul, que los niños movían a una velocidad que podía marear a nuestro Olivo, también se encontraba cerca un carrusel y una pasarela de madera en la cual los niños jugaban felices a ser intrépidos aventureros y recordé nuestras rodilla doloridas de trepar por los árboles y tristemente sonreí al darme cuenta que todos aquellos árboles compañeros de nuestros juegos habían desaparecido del entorno.
Irónicamente pensé que seguramente todo aquel mobiliario donde ahora jugaban los niños había sido adquirido por el responsable municipal y expuesto ante el Consistorio como un parque infantil, atractivo para los niños, moderno y una cosa importantísima; -construido con materiales de gran calidad que respetan el medio ambiente utilizando pinturas no toxicas .
Miré al olivo, parecía circunspecto y observador, en su corteza se podía adivinar el paso del tiempo, recordé que su copa sirvió de refugio para multitud de jóvenes vareadores que sentados bajo su sombra escapaban de fatigosas, y cansadas faenas.
De tantos secretos que guardaba, su corteza había ido tomando la forma de dos amantes abrazados.
Se me antojó serio y probablemente solo, creo, se acentuó su expresión cuando un niño morenito de pelo ensortijado se atrevió curioso a encaramarse sobre él intentando averiguar lo que se escondía en el interior de aquellas dos cavidades, pareció querer zafarse del intruso zarandeando sus hojas, queriendo evitar que pudiera arrancar o arañar su espalda.
Pero no quería eso el intruso, y así se lo susurró en una de las cavidades "Vengo a darles vida a ese recuerdo, no temas".
Y con el dorso de la mano acaricio cada hoja, cada rama. El olivo dejó de agitarlas, sintió su tronco recorrido por la savia. Abrazó al tronco con tal fuerza que con sólo deslizar las palmas, desgajó de la corteza la figura de los amantes, que cayeron al suelo, separándose.
Estiraron su cuerpo, encogido por la postura que tuvieron que adoptar para no ser vistas. Esa misma postura en la que se incrustaron en la corteza, y con la que apenas podían verse. Irguiéndose se miraron a los ojos y se reconocieron.
Una voz proveniente de las hojas sibilantes del olivo les animó:"Si ni el tiempo, viento, o agua equivocada pudo con vosotros, cogeos de la mano y andad de frente".
Abrí el corazón y volví a rodearme de olivos, abrí los ojos y durante unos segundos busque esas figuras que presentí tan cerca en ese estado entre el sueño y la vigilia. Me levanté sacudiéndome el vaquero para alejarme de aquella extraña sensación y cuando apenas había dado seis pasos me giré, miré al Olivo y pensé en su fuerza, capaz de resistir las más duras condiciones de sequía y sonreí, quizás yo hubiese asistido a un mágico acto de renovación de sus frutos y él en su soledad se había convertido en símbolo no de supervivencia, sino de esperanza para aquel lugar.
Con paso ligero regresé al. pueblo, me acerqué a la taberna y pedí un café
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6 comentarios:
me gusto.
un abrazo tu amigo pepe.
vaya, me he perdido...
pero es bonito
que pases un buen día.
un abrazo tu amigo pepe.
buen fin de semana.
un abrazo tu amigo pepe.
Realmente bueno, que pena....
Otra vez será, un beso.
vosotros lo habeis ganado ,gracias
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