martes, 23 de octubre de 2007

lou bega-mambo number 5

BAILAR

Todo se mueve. Y todo se mueve con un ritmo. Y todo lo que se mueve con un ritmo produce un sonido. Esto está ocurriendo aquí y en cualquier lugar del mundo en este momento. Nuestros ancestros percibieron esto mismo, cuando procuraban huir del frío en sus cavernas: las cosas se movían y hacían ruido. Los primeros seres humanos tal vez advirtiesen esto con espanto, e inmediatamente después con devoción: comprendieron que esta era la manera que una Entidad Superior tenía de comunicarse con ellos. Empezaron entonces a imitar los ruidos y los movimientos de lo que les rodeaba, con la intención de comunicarse también con esta Entidad: el baile y la música acababan de nacer. Cuando bailamos, somos libres. Mejor dicho, nuestro espíritu puede viajar por el universo, mientras el cuerpo sigue un ritmo que no forma parte de la rutina. Así, podemos reírnos de nuestros grandes o pequeños sufrimientos, y nos entregamos a una nueva experiencia sin miedo. Mientras la oración y la meditación nos conducen hasta lo sagrado a través del silencio y del viaje interior, en el baile celebramos junto a otras personas una especie de trance colectivo. Se puede escribir lo que se quiera sobre el baile, pero no servirá de nada: es necesario bailar para saber de qué se habla. Bailar hasta quedar exhausto, como si fuésemos alpinistas subiendo una montaña sagrada. Bailar hasta que, en virtud de la respiración agitada, nuestro organismo pueda recibir oxígeno de una manera a la que no está acostumbrado, lo que acaba llevando a la disolución de la identidad, y a la pérdida de nuestras referencias del tiempo y del espacio. Claro que podemos bailar solos, si eso nos ayuda a superar la timidez. Pero siempre que sea posible, es preferible bailar en grupo, pues unos estimulan a los otros, y acaba creándose un espacio mágico, con todos conectados en la misma energia.

Paulo Coello

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