Los desiertos tienen mares de estrellas, y dunas que son como nubes, que pasan despacito. Al desierto no se llega, se acaba en él, se naufraga, y nos diluye siempre en la lejanía, como ocurre con los recuerdos, que se hacen líquidos, y el tiempo termina siendo, la última imagen. En el desierto el vacío entra como el aire, y se queda, suspendido, en un globo, hasta difuminarte. En el desierto no se puede desear o esperar, salvo que se quiera enloquecer, como los que intentan dejar su huella en la arena del desierto. En el desierto los sentimientos son puros e indiferentes, de supervivencia, ideal para personas con el alma cargada; si no se abandonan y desaparecen. En el desierto no se puede sentir miedo, sólo pánico, porque sólo existimos nosotros en el desierto. En el desierto, según pasamos, terminamos sintiendo todo, al agrandarse los sentidos y transformarnos en paisaje lunar. En el desierto no puedes hacer caso a los espejismos, porque una decepción, al límite del horizonte, suele ser mortal. En el desierto tu voz tiende al rezo o al disparo, según hablas, como en la soledad sórdida del preso en su celda. Lo que tienes es todo y nada en el desierto, que siempre empieza y acaba contigo, en el mismo punto donde estás tú, que te evaporas al mínimo despiste. Para no perderse en el desierto - en el desierto no hay caminos, sólo astros-, es imprescindible mantenerse siempre a la distancia adecuada de uno y de lo otro- cada cual tiene la suya - en medio de la tormenta. Si te equivocas, la medusa del corazón se encoge en un puño. En el desierto, se quiere o se odia, siempre en perspectiva. La estabilidad en el desierto se logra planeando, como un ave, entre dos capas de aire, con el vértigo del equilibrista cosquilleando el alma: si se sube demasiado, o se baja lo suficiente, te desbaratas. Es absurdo echar la vista atrás en el desierto, porque ya es arena a cada paso, y según vas, lo que va viniendo, te contiene la respiración. Y te mueves como un astronauta, sin rastro alguno. Cuando no se tienen alternativas juega el destino, y en el desierto no hay dudas. Los pálpitos pasan a ser mensajes. El desierto es la paz del espíritu, si se acepta, en un ir y venir monótono de lunas y soles. No se puede sentir pena de uno mismo en el desierto, porque la pena se hace contigo.
jueves, 18 de octubre de 2007
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